Qué les diremos

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Había pasado un año desde que anunciaron su intención de dejar las armas. Un año sin atentados, sin asesinatos, sin el espanto que sembró durante décadas. Un año de incertidumbres, de declaraciones encontradas, también de esperanza y de confianza en que este podía ser el anuncio definitivo.  Había pasado un año desde ese adiós a las armas y en un estudio de televisión nos disponíamos a hablar de ello. A debatir sobre lo que había ocurrido, sobre lo que había cambiado, sobre lo que habíamos cambiado.

Entre los congregados, magistrados de dilatada carrera, expertos en resolución de conflictos, miembros de la Iglesia, de organismos internacionales, periodistas, profesores de ciencia política y hombres de empresa. Todos, de una u otra manera, relacionados y conocedores de lo que nos había ocurrido en el último medio siglo. En los previos del debate, mientras nos acomodábamos en nuestras sillas, en ese momento de espera en el que se puede hablar de nada y en el que se habla de todo, surgió una pregunta que tenía mucho de reflexión compartida: qué les diremos a nuestros hijos cuando nos pregunten qué hicimos en estos años.

El que puede que no supiéramos estar a la altura del sufrimiento de quienes fueron víctimas de la barbarie, el que hubo momentos en los que llegamos a justificar lo injustificable, el que nos costó denunciar las atrocidades que en nuestro nombre se estaban cometiendo quedó para cada uno, ya que quien lanzó la pregunta la contestó. Por lo menos podremos contarles –dijo- que hablamos de ello.

Y hablamos. Aquella noche, como muchas otras noches,  hablamos. De lo que había pasado, de lo que estaba pasando y de lo que tenía que pasar. De lo que tantos años llevábamos esperando. De lo que ha llegado ahora, del fin definitivo del terror, de la disolución de quienes fueron responsables de ese espanto. Del dolor que dejaron, que ni ha terminado ni se ha disuelto.

(Publicado el 9 de mayo de 2018 en los diarios del «Grupo Noticias»)

 

No quiero ser violada

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Y ahora, ¿cómo se lo explico? Cómo le hago comprender que si  5 hombres la acorralan en un lugar angosto y recóndito para forzarla, si se queda quieta, inerte, ausente porque no puede creer que le esté pasando lo que le está pasando, si la utilizan como un mero objeto para su disfrute y para satisfacer sus más bajos instintos sexuales, si consigue superar el miedo, el asco y hasta la vergüenza, cómo le explico que no puede hablar a nadie de lo que le ha ocurrido, que no puede señalarles, que no puede denunciar.

Cómo le explico que no debe hacerlo porque nadie la va a creer. Porque le van a preguntar qué hacía a esas horas en esos lugares, por qué estaba sola, por qué había bebido, por qué habló y tonteó con uno de ellos, por qué permitió que la acompañaran; si no fue ella la que los provocó, si lo pasó bien, si disfrutó. Querrán saber si su no fue rotundo y contundente, si se resistió lo suficiente, si en su piel han quedado evidencias palpables de esa firmeza. Porque diga lo que diga, dirán que ya sabía a lo que iba, que ya sabemos todos a lo que se va a los sanfermines. Porque va a ser ella la que va a tener que demostrar que no quería ser violada.

Como le explico que va a ser ella la juzgada, porque hay quien no entiende que una mujer ante 5 hombres que la siguen o la rodean siente miedo. Que no hace falta que tenga golpes y desgarros en la piel para demostrar que su voluntad ha sido doblegada. Que tras ser agredida y violada tiene todo el derecho a seguir con su vida, a tratar de olvidar si quiere olvidar. A entrar y salir, a vivir. Porque hay quien no concibe que a las mujeres no nos gusta que nos violen en un ambiente de jolgorio y regocijo. Porque hay quien piensa que si una mujer denuncia lo hace por venganza, por joderles la vida a los hombres. Cómo le explico que no es solo un juez, o dos, o tres los que piensan así. Cómo le explico que son muchos los hombres y mujeres que piensan así.

 

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(Publicado en los diarios de «GRUPO NOTICIAS» el 2 de mayo de 2018)

 

 

 

 

Falsas verdades

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Lo saben todo sobre mí. Saben quién soy, donde nací, donde vivo. Qué estudié, dónde trabajo, quiénes son mis amigos y quiénes me consideran su amiga. Saben con quién hablo, los lugares a los que quise ir, a los que he ido, las personas con las que fui. Lo que compro, dónde lo compro, cuándo compro. Saben lo que leo, cuánto leo, si dejo un libro a medias, si me lo trago de una sentada. Saben quién me llamó, saben a quién llamé, cuándo lo hice, cuánto duro esa llamada. A quién envié un mensaje, quién me envió un mensaje. Las solicitudes de amistad que me llegaron, las que acepté, las que rechacé, a las que primero dije que sí pero luego decidí eliminar.

Lo saben todo de mí porque yo les he contado todo de mí. Porque les permití que fueran almacenando esa información cuando acepté que pudieran acceder  a la lista de contactos de mi teléfono, o cuando dije que estaba de acuerdo con los términos, las condiciones y la política de privacidad de su empresa. Como si hubiera leído el contrato, como si lo hubiera entendido. Como si hoy pudiéramos vivir sin estar conectados a internet, como si pudiéramos sobrevivir sin Google.

Ellos dicen que nunca van a utilizar esa información. Más de 600 páginas de nombres, citas, fotos, teléfonos, tiempos y fechas. ¿Cómo creerles?, ¿por qué creerles?

Solo es información, solo son datos. Una herramienta inocua en manos honradas, un instrumento muy dañino en  las manos equivocadas. Datos que son personales, privados, intransferibles. Datos que dibujan un esbozo de cómo somos y con los que pueden llegar a crear una realidad a la medida, a mi medida. Una verdad falsa –toda una paradoja- que en un principio puede parecernos absurda pero que podemos llegar a aceptar. Como llevar gafas aunque no las necesitemos, como las sandalias con calcetines, como el Brexit, como que Donald Trump sea presidente.

(Publicado en los diarios del «Grupo Noticias» el 29 de marzo de 2018)

Cuentos, pintadas y fariña

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Esta es la historia de una actriz porno que tuvo una aventura sexual con un empresario que fue elegido presidente, de un escritor que quería escribir, de un alcalde relacionado con  el narcotráfico al que no le gustó lo que sobre él contaban, de una jueza que ordenó el secuestro de un libro y de dos chinos de cuento.

Cuenta el cuento de los chinos que uno de ellos ganó 300 monedas de plata, que no sabía dónde esconder tal cantidad de dinero, que decidió enterrar su tesoro bajo tierra y que para no levantar sospechas escribió en la pared: Aquí no hay enterradas 300 monedas de plata. Cuenta el cuento que su vecino, más listo que el hambre, leyó la misteriosa y reveladora frase, que desenterró las monedas y que escribió en la pared: Tu vecino no ha robado las monedas de plata.

Cuentan las crónicas políticas que un empresario convertido en presidente pagó unas cuantas monedas de plata a una actriz porno por no desvelar que tuvo con él una aventura sexual. Cuentan que la actriz quiso anular ese acuerdo y que para ello tuvo que hacer públicos los detalles de la historia. Cuentan que el presidente que antes fue empresario reclama a la actriz 20 millones de monedas de plata y que para no levantar sospechas escribió en la pared: Lo que cuanta esta mujer es falso y además no se puede contar.

Cuentan que un contador de historias tenía desde niño enquistado en su cabeza el sueño de contar lo que fue y lo que es el narcotráfico gallego. Cuentan que publicó esa historia y que la llamó Fariña. Cuentan que a un alcalde gallego no le gusto que en ese libro lo relacionaran con una operación de descarga de cocaína. Cuentan que recurrió a la justicia en defensa de su honor y que una jueza ordenó el secuestro de la historia. Cuentan que aquel que fue encausado y que dice ser inocente escribió en la pared: Lo que dice este libro es mentira y además está prohibido leerlo.

 

(Publicado en los diarios del «Grupo Noticias» el 21 de marzo de 2018)

El adiós

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Persona que no se considera líder en el sector ni pertenece a ningún gran grupo empresarial con intención de expandirse, necesita encontrar un nuevo proveedor de prensa diaria y de todas aquellas publicaciones que el mercado pudiera ofrecer, ante el inminente cierre del consorcio que durante los últimos 25 años ha sido su suministrador habitual.

Se requiere experiencia demostrada en el trato con los clientes, a los que tratará con igual diligencia y amabilidad independientemente de la publicación que decidan comprar. Habilidades sociales para saber relacionarse con  ese comprador que desde hace años, cada mañana, le cuenta la misma historia. Dominio de la psicología práctica para hacer una escucha activa -en los dos minutos que se tarda en coger el periódico y pagarlo- de todos los problemas con los que los clientes traspasan las puertas del negocio; para saber preguntar sin inmiscuirse; para ofrecerles un apoyo si es que no encuentra una solución efectiva. Don de gentes y la familiaridad necesaria para que aquellos clientes que, entre tanta moneda como tienen en la cartera no encuentren la cantidad justa, tengan la confianza suficiente como para dejar bolso y monedero sobre el mostrador para que el dependiente se vaya cobrando. Conocimientos nivel avanzado en gestión de coleccionables y suplementos según demanda de la clientela.

Se valorará que además de las referencias habituales de prensa y publicaciones varias, dispongan en tienda de otro tipo de artículos que prometan todo un mundo de posibilidades.

Se ofrece incorporación inmediata y poco más, ante la evidencia de que el negocio del periódico impreso no goza de muy buena salud, y de que el comienzo de su declive definitivo pueda ser la lenta pero continua desaparición de esos lugares donde se venden. Amigos de El Revistero, no sabéis lo que os vamos a echar de menos.

 

(Publicado en los diarios del «Grupo Noticias» el 28 de febrero de 2018)

Ni dudas ni excusas

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¿Lo ves? Te lo dije; si ya lo sabía yo. Una pregunta retórica y dos afirmaciones rotundas y categóricas a las que hay que poner tono e intención.  Pregunta y afirmaciones que llegan acompañadas de un ligero cabeceo y de unas cejas que se elevan para dar fuerza a lo que es el comienzo de un reproche que no admite crítica. Tres frases que encierran diversos empeños: el restregarnos que ellos lo sabían, que nos advirtieron de ello, que no les hicimos caso, que no cejamos en nuestro empeño y que ahora los hechos les han dado la razón.

Hechos que son sangrantes. Una ONG admite que sus cooperantes en Haití contrataron prostitutas y participaron en orgias durante la operación de ayuda humanitaria posterior al terremoto ocurrido en aquel país. Reconocen que ocurrió, que  lo sabían y que decidieron ocultarlo. Reconocen que se tomaron medidas disciplinarias internas  pero que no presentaron denuncia aun cuando se sobrepasó lo ético y lo legal. Una verdad a la que se agarran quienes no han colaborado antes ni piensan colaborar ahora con una ONG. Es la excusa perfecta. ¿Ves a dónde va a parar el dinero de las donaciones? ¿Ves por qué no se puede confiar en ellos? ¿Ves cómo yo tenía razón?

El no esconder bajo las alfombras la verdad, el asumir las responsabilidades, el informar con transparencia, el proteger a las víctimas son normas básicas a las que hay que agarrarse cuando ocurren historias como las que aquí han ocurrido. Y ocurre en las ONG como ocurre en el resto de la sociedad, aunque a ellos, por tratar con un material tan sensible, debemos pedirles una vigilancia extrema. No puede suceder, pero si sucede hay que contarlo, hay que denunciarlo. No puede haber dudas ni excusas. No puede tener dudas la infantería comprometida de estas ONG a la que le duele la verdad, pero a la que le duelen también los ataques y las excusas ramplonas.

(Publicado en los diarios del «Grupo Noticias» el 21 de febrero de 2018)

Todo, siempre

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Obligada por mi yo y mis circunstancias, presionada por los mensajes que preceden a este día. Soy influenciable, soy de fácil convencer y teniendo como tengo un hueco en el que contar historias, y coincidiendo como coincide con este 14 de febrero decido que es buen momento para hablar de aquello que dicen que mueve el mundo. ¿Del poder, del dinero? sugiere una voz que se asoma por mi hombro. No, del amor, le respondo en un susurro.

Les advierto que soy de esas que nunca ha celebrado este día, o más bien –maticemos- soy de esas que no recuerda haber celebrado nunca este día. No está de más poner un poco de prevención en estas afirmaciones, no vaya a ser que alguno se sienta ofendido por el poco poso que dejo en una, o  por lo que pudo haber pasado y mi memoria haya decidido olvidar. No creo que este año vaya tampoco a celebrarlo. No espero recibir ninguno de esos regalos de enamorados y no creo que nadie espere de mí ninguna felicitación. Y no es por falta de consideración o de pasión hacia cierta persona -créanme-, solo es por un poco de pereza y por otro poco de principios.

Pereza y principios que se entremezclan cuando me dicen que es hoy cuando tengo que mostrar y demostrar lo mucho que aprecio a quien ha decidido estar a mi lado este día y el resto de los días del año. Que es hoy cuando tengo que decirle que le quiero más que ayer y menos que mañana. Mal vamos si tenemos que esperar al ecuador de febrero para contarnos lo mucho que nos necesitamos, lo bien que hicimos cuando decidimos comenzar lo que quiera que sea lo nuestro. Así que por pereza y por principios he decido prorratear los minutos de este día para que me alcancen para todo el año. Para que no me quieran tanto este día, para no tener que querer  por obligación. Para poder querer y que me quieran en esos otros días. Para mostrarlo y que me lo demuestren. Todo, siempre.

 

(Publicado en los diarios del «Grupo Noticias» el 14 de febrero de 2018.)

Desconciertos

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Me encuentran despistada. Se lo confieso sin reservas y con una franqueza que me provoca cierta inquietud. Se lo advierto antes de que sigan adentrándose en estas líneas y noten algún desajuste, alguna incoherencia, algún absurdo que puede que llegue a justificar. Estoy  despistada ante la contestación de algunas mujeres al movimiento, liderado también por mujeres, que ha hecho visible una realidad como es el acoso sexual.

#MeToo, #YoTambién. Comenzó con la denuncia a uno de los más poderosos productores de la industria del cine.  Mujeres que con las armas de la visibilidad y de la credibilidad alzaron la voz para señalar a aquellos que, amparándose en la fuerza y el poder, las habían intimidado, las habían amenazado, las habían humillado. Un movimiento que ha removido nuestro suelo pero que ha sido contestado por un manifiesto, firmado también por  mujeres, que censura las acusaciones en las redes sociales a unos hombres a los que se condena –señalan- sin haberles dado la oportunidad de defenderse. Voces discrepantes que no ponen en duda que la violación es un crimen, pero que no ven una agresión en el piropo, ni un delito en el ligoteo insistente y que defiende la libertad de molestar. Mujeres –me temo- que confunden  el acoso con la seducción y  el puritanismo con la libertad para elegir. Voces que banalizan la violencia sexual de esas situaciones cotidianas en las que una mujer se siente incómoda, intimidada o forzada.

Porque esto va de aquellos hombres que no amaban a las mujeres. De depredadores que usan el poder para conseguir ganancias sexuales. Esto va de denuncias por acoso, de abuso y de violaciones. De mujeres que han conseguido la fuerza y la credibilidad necesaria para poder hablar y  de hombres que reconocen que sabían lo suficiente como para hacer más de lo que hicieron. Esto va de que el miedo vaya cambiando de bando.

(Publicado en «Deia» «Diario de Noticias de Álava» y «Noticias de Gipuzkoa» el 24 de enero de 2018)

http://www.deia.com/2018/01/24/opinion/columnistas/el-ala-oeste/desconciertos

Todo vale

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Queremos saber. Saber que ocurrió, donde ocurrió, qué le dijo él, qué le contestó ella. Queremos todos los detalles, los que se conocen y los que se intuyen. Queremos que nos lo cuenten para sorprendernos con un ¡qué me dices!, y que nos contesten sí, te digo. Saber de la vida de nuestros conocidos y de los que no lo son tanto. Saber para poder contarlo, para ser el primero en volver a contarlo, para decir ¡mira de lo que me he enterado! Para aportar detalles a ese sucedido; al qué, al cuándo, al cómo, al porqué de un enredo que de boca en boca va creciendo en detalles y menguando en verdad.

No aprendemos. La desaparición de una joven hace año y medio en un pueblo de Galicia hizo que se rompieran todos los diques de la mesura y la prudencia. Lo único cierto que sabíamos era que tras una noche de fiesta no volvió a casa, que la señal de su teléfono se perdía en las cercanías de un muelle y que, meses después, ese mismo teléfono fue encontrado en las aguas de una ría. Pocos mimbres para tejer una historia que pudiera cautivar a un público que siempre quiere más, al que hemos acostumbrado a pedir más. Poco combustible  para una maquinaria informativa que cada vez necesita más madera para seguir en su batalla por la audiencia. Y a falta de verdad, buenos son los rumores, las habladurías que elevamos a categoría de noticia, las confidencias anónimas o las insinuaciones gratuitas que convirtieron a la víctima y a su familia en los culpables de su propia desgracia.

Todo vale. Todo nos sirve a unos medios que, echando mano del amarillismo, nos hemos olvidado del rigor, de lo que tiene que ser una obligación: el contrastar, el comprobar la verdad de aquello que contamos. Todo nos sirve a unos espectadores que hemos olvidado la sensatez, la crítica y la exigencia, y que al final acabaremos teniendo lo que nos merecemos.

(Publicado en los diarios del «Grupo Noticias» el 10 de enero de 2018)