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La intención era renovar el pasaporte pero acabé insultando a una máquina. Les prometo que yo no quería, que me conozco y conozco cómo son esos sistemas de cita previa; que me armé de paciencia para no caer en sus provocaciones, aunque todo fue inútil.
Solo quería renovar el pasaporte, así que marqué el número correspondiente y, cuando una amable voz me preguntó en que podía ayudarme, dije alto y claro lo evidente: renovar el pasaporte. Al principio todo parecía ir bien. Te identificas marcando tu número del DNI, elijes la ciudad en la que quieres hacer los trámites y comienzan a ofrecerte diferentes días y horas. La primera fecha no te cuadra, la segunda tampoco y la amable voz, con un cierto deje de amenaza, te recuerda que por llamada solo te van a dar tres opciones, así que a la desesperada vas y le dices que sí, que vale, que ya harás lo posible y lo imposible por ir ese día. Pero entonces todo se descontrola. La voz deja de ser encantadora y con una innegable dureza te dice que lo siente, pero que no consigue entenderte. Tú le insistes, y comienzas a levantar la voz, y ella persiste en su “lo siento pero no consigo entenderle”. Vuelves a elevar el tono, esta vez vocalizando lo mejor que te permite tu dicción, pero ella no oye, no escucha, no entiende y solo te responde que lo siente pero que no consigue entenderte.
Metidos en este bucle, y sin saber cómo salir de él, le gritas a esa voz –intercalando alguna que otra ordinariez- que cómo va a entenderte si es una máquina. Y cuelgas; y te percatas de que tú enfado ha podido quedar grabado como ya te advirtieron antes incluso de preguntarte amablemente en que podían ayudarte. Y sabes que vas a tener que volver a llamar para solucionar el entuerto; y temes ser detenida por haber incumplido algún artículo de alguna ley; y no sabes cómo explicar que tú solo querías renovar el pasaporte.