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acoso, acoso sexual, agresión sexual, Harvey Weinstein, silencio cómplice
Todo el mundo lo sabía. Todos conocían sus bajezas. Esas miradas, esas insinuaciones, esas provocaciones. El acorralamiento al que sometía a las mujeres, la cacería contra quienes eran sus víctimas. Lo sabían y callaron. Por pudor, por miedo, porque esto siempre ha sido así, porque no es asunto mío, porque él es demasiado poderoso y yo no soy nadie.
Él es -o hasta ahora ha sido- uno de los más importantes productores de la industria del cine. Él era quien, con el poder que da el dinero, decidía qué se rodaba y quién trabajaba. Él era a quien directores, actores y actrices agradecían su apoyo y su colaboración cuando la labor por la que habían sido galardonados recibía el reconocimiento de la crítica o del público. Él ha sido acusado de acosar sexualmente a esas actrices que buscaban una oportunidad, a las que trabajaron con él, a las que querían trabajar con él.
Mujeres que también callaron; por vergüenza, porque igual he malinterpretado sus intenciones, porque quién me va a creer, porque yo no soy nadie y él lo es todo. Por la cultura machista que nos envuelve, por esa lluvia ligera hecha de comentarios que parecen inocentes, que aparentemente no mojan pero que acaban calando. Porque es lo normal.
Lo normal es que la víctima se convierta en culpable: Porque lo provocaste, porque ya sabías cómo era. Porque, ¿ya fuiste lo suficientemente clara cuando le dijiste que no? Como si un “no” no incluyese suficiente negación. Porque las cosas son así. Porque la cultura de la impunidad y del silencio arropa a los Harvey Weinstein en los más altos palacios y en las más bajas cabañas.
Porque no podemos señalar a las víctimas y echar sobre ellas la carga del delito. Porque no es honesto pedirles que sean heroínas. Porque la heroicidad no puede ser una exigencia ética especialmente cuando todos lo sabían y todos callaron.
(Publicado en los diarios del GRUPO NOTICIAS el 24 de octubre de 2017)