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Me encuentran despistada. Se lo confieso sin reservas y con una franqueza que me provoca cierta inquietud. Se lo advierto antes de que sigan adentrándose en estas líneas y noten algún desajuste, alguna incoherencia, algún absurdo que puede que llegue a justificar. Estoy despistada ante la contestación de algunas mujeres al movimiento, liderado también por mujeres, que ha hecho visible una realidad como es el acoso sexual.
#MeToo, #YoTambién. Comenzó con la denuncia a uno de los más poderosos productores de la industria del cine. Mujeres que con las armas de la visibilidad y de la credibilidad alzaron la voz para señalar a aquellos que, amparándose en la fuerza y el poder, las habían intimidado, las habían amenazado, las habían humillado. Un movimiento que ha removido nuestro suelo pero que ha sido contestado por un manifiesto, firmado también por mujeres, que censura las acusaciones en las redes sociales a unos hombres a los que se condena –señalan- sin haberles dado la oportunidad de defenderse. Voces discrepantes que no ponen en duda que la violación es un crimen, pero que no ven una agresión en el piropo, ni un delito en el ligoteo insistente y que defiende la libertad de molestar. Mujeres –me temo- que confunden el acoso con la seducción y el puritanismo con la libertad para elegir. Voces que banalizan la violencia sexual de esas situaciones cotidianas en las que una mujer se siente incómoda, intimidada o forzada.
Porque esto va de aquellos hombres que no amaban a las mujeres. De depredadores que usan el poder para conseguir ganancias sexuales. Esto va de denuncias por acoso, de abuso y de violaciones. De mujeres que han conseguido la fuerza y la credibilidad necesaria para poder hablar y de hombres que reconocen que sabían lo suficiente como para hacer más de lo que hicieron. Esto va de que el miedo vaya cambiando de bando.
(Publicado en «Deia» «Diario de Noticias de Álava» y «Noticias de Gipuzkoa» el 24 de enero de 2018)
http://www.deia.com/2018/01/24/opinion/columnistas/el-ala-oeste/desconciertos